4.10.2010

Capítulo 2 - Parte 1

¡Gracias a todos por vuestros comentarios! Nos hacéis muy felices con ellos :D esperamos que os guste el capítulo dos más que el anterior ;D

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2

Huyamos

Cuando entraron en la tienda vieron a un chico desgarbado y lleno de granos desparramado en un asiento al lado de la caja registradora. Tenía los cascos puestos y estaba leyendo el último número de “Interviú”. Ni se percató de la presencia de los dos adolescentes que entraron escopetados en el que sería su refugio. Leo jadeó agotado y dejó a Elicia sobre una silla de plástico que costaba 13,99 €. No pasó mucho antes de que la chica se quejara suavemente y Leo se dio cuenta de que tenía los pies hechos un desastre. Suspiró, y fue hacia la zona de toallitas húmedas, compresas y vendas. ¿Cómo demonios se había metido en se lío? Ni siquiera él mismo lo sabía. Pero cuando miraba a la rubia, la veía tan frágil y desamparada que algo se le removía por dentro.

Sacudió la cabeza. Todo parecía por completo una película de acción, y de las malas, de esas en las que te quedas dormido a los quince minutos. Pero, ¿sabéis qué? No era una película de acción.

Se acercó a la chica sonámbula y le ofreció las toallitas Nenuco. Ella las cogió con cierto recelo y pesadumbre. Empezó a limpiarse los pies tranquilamente, quitando los vidrios y cristales. Casi parecía acostumbrada a ese tipo de labores. Mientras, mascullaba maldiciones por lo bajo, claramente enfada. Leo alzó una ceja.

— ¿Cómo te llamas?

Ella le miró alzando la vista.

—Elicia. ¿Y tú…?

—Leo. No eres de por aquí, ¿no?

Definitivamente no era cómo las chicas de ese barrio. Parecía algo estirada, como las que vivían en el barrio pijo de la ciudad.

—Me parece que no. Al menos yo soy de Rosas.

Bingo. Leo suspiró antes de tenderle las vendas que había cogido. Elicia trató de ponérselas ella misma, pero le costaba, quizá por el cansancio que llevaba encima, quizá porque estaba hartándose. Leo chasqueó la lengua.

—Déjame a mí.

Elicia se puso colorada, pero no dijo nada. Dejó que Leo le vendara con suavidad los pies, sintiendo extraños escalofríos recorrerla. Se sentía nerviosa. Normalmente le pasaban cosas extrañas, pero, ¿qué un asesino los persiguiera, y terminara dentro de una tienda 24 horas con un chico así de guapo? Acababa de batir su propio récord. Elicia se cogió de un cajón unas pantuflas a dos euros, pero no quería robar y se sintió mal por no llevar dinero encima. Leo se dio cuenta y suspiró.

Se acercó al chico de los granos y le quitó la Interviú con brusquedad. Por fin, este reaccionó con un quejido

— ¡Eh! ¿Se puede saber que estás haciendo?

Leo dejó diez euros sobre el mostrador.

—Espero que esto pague lo que hemos cogido—dijo señalando el pequeño estropicio que habían montado en la tienda. El chico los miró incrédulo, pero cuando ya iba a quejarse, habían desaparecido misteriosamente.

. . .

Ya en la calle, Elicia se dio cuenta de que el sol comenzaba a despuntar por el horizonte. Debían ser las seis o las siete. Tenía clase, y una vida a la que volver. Miró a Leo, que estaba caminando tranquilamente hacia calles que no conocía, y se miró a sí misma, cubierta simplemente por un pijamita. Sentía vergüenza y molestia. Quería llegar a casa y fingir que todo había ido bien.

Se puso al paso de Leo, siguiéndole, para preguntar dónde había una parada de autobús. Pero él sonrió.

—Tengo algo mucho mejor—fanfarroneó. La llevó arrastras hasta un viejo garaje no muy lejos de allí, que abrió a patadas por el mal estado de la puerta. Dentro, entre una nube de polvo, descansaba una Harley roja que tuvo mejores tiempos. Leo le ofreció un casco mientras sacaban la motocicleta fuera, a la calle. Elicia dudaba. Era su mejor oportunidad para llegar a casa a tiempo, y además… ¿por qué no fiarse de él? Técnicamente, le había salvado la vida al despertarla.

Se subió a la moto con cuidado, y arrancaron deprisa, perdiéndose entre las calles. El chico la dejó justo frente a la puerta de su casa, memorizando el número sin apenas darse cuenta. Elicia se despidió agradeciéndoselo profundamente y subió corriendo las escaleras del rellano hasta su piso. Entró sin hacer ruido, y sin hacer ruido se desplomó en la cama. Toda una aventura. Pero lo peor, es que había ocurrido de verdad.

Intentó dormirse, pero quince minutos después, sonó el despertador.

Elicia abrió los ojos y suspiró.

Menuda noche.

. . .

El timbre que anunciaba el fin de las clases resultó para Elicia un alivio. Durante la mañana había tratado de evitar las punzantes miradas de Alexis a lo largo de la clase de matemáticas, la de lengua, la de historia y la de biología, y dio gracias al cielo por inventar las asignaturas optativas. Por otro lado, otra de sus grandes luchas ese día había sido intentar mantener sus párpados levantados, y su atención en “on”, y aunque lo segundo estuvo permanentemente en “off”, logró al menos tener los ojos abiertos durante el ochenta y cinco por ciento de la mañana.

Sus amigos la encontraban rara, de hecho, invirtieron tiempo, sudor y lágrimas en averiguar qué le ocurría. Pero ella no quiso contarles nada. Nada de nada. Prefería mantenerlo en secreto.

Caminaba lentamente hacia su casa sintiendo ya los pies recalentados y algo doloridos. Las vendas no se habían canteado durante el día, y eso ayudaba a su rehabilitación. Elicia llegó al portal y metió la llave en la cerradura.

—¡Elicia! –gritó una voz masculina a sus espaldas.

Ella se giró, confusa. Aquel timbre le resultaba familiar, cercano. Entonces vio a un chico rubio acercarse. Llevaba un casco en la mano derecha y una chaqueta negra que la chica recordaba haber tocado.

—Eres Elicia ¿verdad? –preguntó el joven con el corazón latiendo fuerte por los nervios.

«Leo» fue lo único que pudo pensar ella «el chico de anoche… el que me ayudó» recordó. Sus mejillas se tornaron rojas al recordar el episodio.

—Es que hoy he salido antes del instituto –explicó– y como me acordaba del número he venido a ver qué tal estabas –se llevó una mano a la nuca, sintiéndose ridículo.

La chica le miró, sorprendida y agradecida al mismo tiempo. Nunca nadie se hubiera preocupado por ella de ese modo. Otro la hubiera dejado tirada en mitad de la calle tachándola de loca por salir en pijama en mitad de la noche y sin reparar en que era sonámbula. La hubieran abandonado a su suerte. Pero Leo resistió a la tentación de marcharse a su casa y la ayudó.

—Ah, eh… pues bien. Bueno, no he dormido nada y casi me duermo en clase, pero a fin de cuentas sana y salva. Gracias a ti –añadió, avergonzada de nuevo.

—No fue nada –restó importancia el chico– ¿y tus pies? –quiso saber.

—Me duelen un poco, pero van sanando. Tus vendas están muy bien puestas.

El chico se sintió halagado y también pudo sentir cómo sus mejillas se encendían ligeramente. Hasta ese día, él siempre había pensado de sí mismo que era un chico fuerte y que ninguna chica podía “tocarle la fibra”. Consideraba que los sentimientos eran cosa de débiles. Pero entonces se halló a si mismo en un mar de dudas. Confuso consigo mismo, con su comportamiento: se había saltado la última hora de clase por ver a Elicia.

—Bueno… eso es normal. Poco a poco se irá curando –sonrió.

—Eso espero. Oye, ¿te apetece entrar? –preguntó ella, señalando el portal.

—Gracias, pero no puedo. Tengo que ir a casa y esas cosas –dijo él, poniéndose el casco y abrochándoselo fuerte.

—Bueno, pues… hasta otra –se despidió Elicia, dejando ver una nota de tristeza en su voz.

—Adiós –se despidió él sin más. Mientras montaba en la moto reparó en el sonido de la voz de ella, y mientras avanzaba hacia el semáforo giró la cabeza, buscándola, pero ya había entrado en el portal. Quería volver a verla.

2 comentarios:

  1. Mmmmm, muy interesante.El chaval ese me cae bien :)
    Espero que ese asesinucho de poca monta se olvide de ellos, pero no sé si será así...
    ¡Me gusta! Espero volver a leeros pronto :)

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  2. Es una pasada! :D Me encanta ^^
    Es muy interesante, espero volver a leeros pronto :)

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